Sobre “Cosas del cuerpo” de José Watanabe

Cuerpo y goce en Cosas del cuerpo de José Watanabe

Watanabe, José. Cosas del cuerpo. Lima: Peisa, 2008 [1999].

El procedimiento poético principal de Cosas del cuerpo consiste en asociar lo inconexo del cuerpo y el mundo material para proponer formas nuevas de circulación erótica, estética y social.

El título mismo construye una entidad contradictoria: lo material de lo orgánico, lo inanimado de lo animado. Ideológicamente, produce la imagen de un cuerpo cosificado; pero también una corporización plástica de la realidad. La carne, en este libro, es la materia del presente.

Un aspecto central de los cuerpos no es su rigidez clásica occidental (salud, proporción y simetría como manifestación de un orden cósmico) como la apreciable en el Hombre del Vitrubio de Leonardo. Por el contrario, la blandura, la falta de proporción y la constante transformación y animalización definen el cuerpo poético (“Maestro de Kung Fu”). Son cuerpos abiertos que se rizomatizan, contaminan y mimetizan con el entorno (la imagen de las espinas); pero que también hacen sucumbir la razón (locura): el cuerpo es “una intrusión, un empaque en el aire” (29).

“El lenguado” sintetiza la deformidad y monstruosidad del cuerpo. “Mi cuerpo no es mucho”, señala. No tiene simetría. Es un manojo de órganos en que la carne posee bordes imperceptibles. Por eso, por su precariedad y enfermedad, vive un exilio y encierro consecuencia del “miedo” al contexto; sin embargo, por medio del sueño, el cuerpo se expande y asume la forma del fondo del mar. Así rompe los límites de lo biológico y se integra a un cosmos más amplio. Asume el cuerpo de las cosas. Se historiza. Su objetivazión es subjetiva.

“Los ríos” supone la estetización de lo fecal. Ocurre que la poesía, como fuerza política que deshace los significados, articula el espacio del sufrimiento y del asco con el del amor familiar y con una esperanza de sanación. Así el dolor es posible en la experiencia del hombre-pez (visto antes como monstruo). Las cosas del cuerpo son de tal forma los desechos del cuerpo que se integran a una nueva economía en donde todo se transforma y metamorfosea en un sentido mítico: se integran siguiendo la lógica de un cosmos poético. La mierda posee una dimensión sagrada y no produce asco, sino que se incluye en las dinámicas de erotización. Lo fecal no es material de inversión social del mundo (como en Rabelais), sino parte del cuerpo que transita a la totalidad de la naturaleza.

Sucede entonces una incorporación en doble sentido: la carne en la naturaleza y al revés. La belleza de una reina en el escenario de la muerte. Metamorfosis en montaña como en la poética pagana de Arguedas (como Arguedas, Watanabe produce una escritura transcultural y religiosa). Construcción de un cuerpo no burgués distinto del que la sociedad del espectáculo y el consumo machacan: los cuerpos pornográficos.

El cuerpo nuevo no sueña con identificarse con el macho o la hembra. Es un lance al origen andrógino platónico del ser (Simposio). Hombre con útero, con clítoris, con tetas: integración bajo una ética signada por un Eros no autoritario ni alienante. En cierto sentido, es una poética que desarticula el espectro de la dominación masculina de la Polis mediante una comunión de los cuerpos bajo la mirada del “ojo de Dios” (26). Es un travestismo liberador.

“La ranita”, clítoris (o la imagen del falo en el lenguaje del psicoanálisis), no late con el cuerpo que la contiene, sino que “tiene vida propia pero no puede deleitarse sola” (31), lo cual abre el camino para una socialización distinta a la imaginada en la burocratización del hospital (es, como en la pornografía, una existencia genital); sin embargo, esa ranita –que era desmesura– resulta “censurada” por el enunciador. Conocer a la ranita implica entonces controlar, fetichizar. Significa castrar. Cristianizar.

De tal modo, el poema supone por momentos la conciencia de que la racionalización del cuerpo, su descripción, su ponderación y censura, lo cosifica y lo detiene. Ante ello, se ofrece el camino del goce, pero ocurre un cortocircuito que subraya el drama de una erotización: el goce nunca llega o se derrite como en “El guardián del hielo”.

La imagen fálica articula la cadena de significantes del poema en teoría mediante procesos de metonimia y metáfora (Lacan); pero en la poética de Watanabe las metáforas no protagonizan el chorro lírico. La tensión resultante de la presencia fálica de la cultura y la tradición se enfrenta con una imagen escritural fálica significativamente disminuida (hablo de la retórica minimalista del poemario; distante del barroquismo de un Martín Adán, por ejemplo). Por eso, el texto ofrece también la imagen de lo femenino como exceso: se habla de una “marejada concupiscente” (46) en referencia al chorreo de una mujer que se tiró a cuanto macho que respiraba a la redonda. La imagen mítica del agua-mujer (presente en Arguedas como imagen de la Pachamama) es una fuerza de creación y destrucción: “dibujaba seres esbeltos y primordiales que solo un instante tenían firmeza de cristal de cuarzo y enseguida eran formas puras como de montaña o planeta que se devasta” (48). Por lo tanto, la cópula es la imagen que ordena lo social y sobre la cual emergen los conflictos de significación.

Desde el punto de vista del placer, el poemario transita entre imágenes del dolor que se sufre a instancias de goce aparentemente puro y desinteresado de lo histórico. “Mate burilado” expresa el deseo del cuerpo sufrido de acomodarse a “la vida que no tiene forma”, asumiendo la redondez de un mono, con la intención de habitar un lugar ameno en el que el juego y la integración pagana con la naturaleza crea un nuevo universo de sentido.

Una cosa más: el cuerpo contiene una memoria que no es archivo fijo sino principio activo. Sirve como eje integrador de la conciencia social, familiar y amatoria. También el cuerpo superpone tradiciones poéticas (orientales, peruanas, etc.). Así la poesía es “documento humano” (38) (o sea, de carne) que habla de un Perú atravesado por un caos deshumanizador, colonial, por luchas de clases que tienen ecos subjetivos.

Los muertos, se dice, “meditan una patria mientras defecan”. De tal modo, Eros y sociedad se mezclan en pro de una escritura abierta capaz de lubricar los antagonismos: Watanabe no es un poeta apolítico; su escritura propone una emotividad y una visión del mundo integradora, pero esta visión no es ilusa; como en Arguedas, lo que emerge al unirse opuestos son los abismos históricos; de allí su trascendencia más allá del narcisismo.

Encogimiento contra expansión; blandura contra dureza; impotencia versus fertilidad; erotización versus castración; exilio contra integración; exotismo contra cotidianidad; forma clásica estable en conflicto con su silenciamiento; resistencia a la politización burguesa de la existencia: tales son las vetas de lo estético en Cosas del cuerpo.

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